Testimonios
Aquí podrás leer los testimonios de los pacientes que libre y voluntariamente, quieren compartir su experiencia y reflexiones tras conocer a Vicente Villa
JC
Buenas, a continuación explicaré brevemente mi experiencia de dos años a esta parte. Mi actividad profesional conlleva el levantamiento de peso a diario y esto a la larga me provocó una lesión cervical, en la C3, C4. Por supuesto lo de dejar de trabajar no fue una opción ya que soy autónomo y desgraciadamente todos sabemos la indefensión en este aspecto. La experiencia en el hospital de Villalba, no pudo ser más frustrante, ya que me mandaban de un especialista a otro con 3 meses de espera en cada cita , el del cuello me manda al del hombro, el del hombro de vuelta al del cuello, y así se pegaron casi un año hasta proponerme operarme. Gracias al Fisoterapeuta del hospital pude empezar una leve mejoría y me dijo que el no se operaría si fuese yo. No le costó convencerme ya que esa idea era aterradora.
Estuve unos 3 meses acudiendo un par de días cada semana, hasta que decidieron sacarme de la fisioterapia supongo que para poder atender la larga demanda de pacientes.
Probé suerte con una fisioterapeuta que me ayudó bastante con la movilidad del brazo, que no podía ni subirlo a media altura y tenía verdaderos ataques de dolor que me irradiaban desde el oído hasta el brazo pasando por el hombro.
En el ambulatorio me dieron varias citas de recuperación con pocos resultados.
Finalmente decidí hacer caso a un amigo que me recomendó a Vicente, me habló muy bien de él y acudí a la primera cita.
La verdad es que mi amigo tenía razón en cuanto a que la terapia no era nada convencional y en ocasiones sigo alucinando con el tipo de técnicas que usa Vicente, pero si algo me ha quedado claro, es que era necesario un tratamiento global, que como bien me dijo en la primera cita ”lo importante eres tu no tu hombro” quiero decir con esto, que incidió desde el principio en un tratamiento global y aunque yo no era tan consciente, tenía un sobre peso y una inflamación general que no me dejaba recuperarme de nada. Cada vez estaba más hundido a nivel de ánimo y energía.
Todo esto ha cambiado radicalmente con el trabajo de los dos y aunque hemos ido paso a paso, tras 8 meses estoy a años luz de como me encontraba. He perdido 13 kilos de peso y mis ganas de hacer cosas están como nunca, me han mejorado mucho las articulaciones y mi problema con la enfermedad de Crohn diagnosticada en 2001 y que me estaban tratando con inmunodepresores en el hospital esta mejor que nunca. La dieta ha sido importante en todo esto y es algo en lo que Vicente siempre insiste, además de dejar todas la porquerías de medicamentos que estaba tomando
Otra cosa que me han ayudado es empezar a hacer deporte con un entrenador personal que me ha enseñado a recolocarme la postura y con el que trabajo un par de días a la semana temas de fuerza y algo de cardio.
He aprendido también a pensar en mi cuerpo como algo a lo que hay que escuchar y aunque parezca obvio en mi día día, no era muy consciente.
En fin estaré eternamente agradecido a la persona que me ha cambiado la vida de forma literal.
Un saludo y espero que esto le sirva a alguien que esté en una situación parecida.
Estuve unos 3 meses acudiendo un par de días cada semana, hasta que decidieron sacarme de la fisioterapia supongo que para poder atender la larga demanda de pacientes.
Probé suerte con una fisioterapeuta que me ayudó bastante con la movilidad del brazo, que no podía ni subirlo a media altura y tenía verdaderos ataques de dolor que me irradiaban desde el oído hasta el brazo pasando por el hombro.
En el ambulatorio me dieron varias citas de recuperación con pocos resultados.
Finalmente decidí hacer caso a un amigo que me recomendó a Vicente, me habló muy bien de él y acudí a la primera cita.
La verdad es que mi amigo tenía razón en cuanto a que la terapia no era nada convencional y en ocasiones sigo alucinando con el tipo de técnicas que usa Vicente, pero si algo me ha quedado claro, es que era necesario un tratamiento global, que como bien me dijo en la primera cita ”lo importante eres tu no tu hombro” quiero decir con esto, que incidió desde el principio en un tratamiento global y aunque yo no era tan consciente, tenía un sobre peso y una inflamación general que no me dejaba recuperarme de nada. Cada vez estaba más hundido a nivel de ánimo y energía.
Todo esto ha cambiado radicalmente con el trabajo de los dos y aunque hemos ido paso a paso, tras 8 meses estoy a años luz de como me encontraba. He perdido 13 kilos de peso y mis ganas de hacer cosas están como nunca, me han mejorado mucho las articulaciones y mi problema con la enfermedad de Crohn diagnosticada en 2001 y que me estaban tratando con inmunodepresores en el hospital esta mejor que nunca. La dieta ha sido importante en todo esto y es algo en lo que Vicente siempre insiste, además de dejar todas la porquerías de medicamentos que estaba tomando
Otra cosa que me han ayudado es empezar a hacer deporte con un entrenador personal que me ha enseñado a recolocarme la postura y con el que trabajo un par de días a la semana temas de fuerza y algo de cardio.
He aprendido también a pensar en mi cuerpo como algo a lo que hay que escuchar y aunque parezca obvio en mi día día, no era muy consciente.
En fin estaré eternamente agradecido a la persona que me ha cambiado la vida de forma literal.
Un saludo y espero que esto le sirva a alguien que esté en una situación parecida.
Víctor
Mi nombre es Víctor y hace unos pocos días, ni siquiera habría sido capaz de escribir sin que mi psique designara a mi voz, palabras cuyo protagonista fuera mi propia destrucción.
Han sido los dos años más duros y largos vividos...
A los 39 años y supuestamente gozando de todo, padre de tres hijos de 5,4 y la menor con 6 meses escasos en mis brazos, mi vida da un giro inesperado siendo seducido por la comodidad de un confortable, pero muy oscuro y profundo agujero, viéndome obligado a salir forzosamente del guión preestablecido en ese preciso instante.
Acompañado a cada instante de cuadros de ansiedad, depresión, auto-lesiones y turbios pensamientos suicidas, me convierto de la noche a la mañana en una persona inmerecedora de llevar esa culpabilidad emocional a cuestas.
Todo unido a una salud un tanto desgastada por la falta de apego hacia mi persona, reaparece con intensidad y sin haberme dejado de hacerme tolerante al dolor lumbar, dos hernias discales situadas en las vertebras L4-L5 y L5-S1, que truncan por completo mi único vínculo con la actividad laboral y social.
El 24 de febrero de 2018 todo empieza a tener más “sentido” para mí, cuando me convierto en un hombre de 41 años condenado a una BAJA VITAL.
Mi día a día se empieza a acostumbrar a desayunar con drogas y fármacos, y una incesante tensión corporal y sensorial recorriendo todos mis sentidos.
En mi centro de salud mental, no cesan de ametrallar mi voluntad en busca de algo que mis emociones acepten algo como parche a mi sufrimiento.
Con mi psicóloga no podemos avanzar más allá de un “¿qué tal estás Víctor?”.
Y la medicina de aspirina y reposo desatiende durante 4 meses mis dolencias, conduciéndome “cortésmente” a una mesa de operación.
El bloqueo es tan absoluto que mi obligada nulidad, me hace tomar la decisión de tener que cerrar capítulos empezando por mi espalda.
Durante mi cautiverio en una casa nueva que no quiero habitar, una cama sobre la que temo recostar y con un deseo demasiado intenso de pagar con dolor todas mis acciones, intensifico el contacto con una gran amiga de la facultad de Bellas Artes, que se encuentra en una situación similar a la de mi columna y con el umbral de dolor bastante mediatizado por las esperas médicas y la imposibilidad de hacer vida normal.
Fue entonces ella la que me indicó con el cariño que la caracteriza, un camino que ella designó como: “Es otra onda”.
Ana apostó por esa senda alternativa e inexplorada por ambos, no siendo así por otras personas de su entorno.
Tras su primera toma de contacto, sus alusiones a lo inexplicable guiadas por Vicente Villa, recrean mis anhelos por conseguir el bienestar que detecto en mi amiga.
El escepticismo inseminado por los puzzles sociales, se ve alterado en mí por la situación tan desesperada que atravieso, apostando yo también por la aparentemente única y última opción por encontrarme mejor en todos mis aspectos.
Mi primer contacto con Vicente es correcto, cordial y dispuesto a escuchar mi problemática existencial, a la que invita a conocerle el pasado lunes 18 de junio, en su consulta de la calle Mayor de Madrid a las 20 horas de la tarde.
Fue un día especialmente caluroso y marcado por una inquietud especial, que reflejaba en mí una enorme esperanza cargada de una amarga posibilidad de fallar una vez más con todo.
Cuando accedí a su consulta recibido con agrado por Vicente, la primera impresión fue la de un lugar escondido y muy apartado del ruido de Madrid centro.
Mantuve una conversación lo suficientemente amplia como para poner en antecedentes de mi situación tanto emocional como física.
Sin dar opción a más información, ya parecía tener claro que hacer conmigo.
Me dispuso en la camilla boca arriba con los pies colgando por el borde de la misma.
A partir de ahí, el sin cesar de imanes, aparatos totalmente inusuales e inexplicables a primera vista, empiezan a recorrer mi cuerpo sin saber muy bien en qué consistía todo aquello, ni tampoco su efectividad.
La exploración minuciosa de mi vientre y puntos de dolor relacionados y redactados por el conocimiento de Vicente, mezclados con razonamientos de mi persona, empiezan a sosegar mi respiración, dejando un sin fin de sensaciones ya hace tiempo olvidadas en mí.
Sus halagos medicinales me provocaron energía instantánea, hasta el punto de elevar mi tono hasta una carcajada sin sentido que reprimí por pura prudencia.
Hay acción y reflexión...inevitable cambio de rol.
Expiración y liberación...conocimiento y don.
El cambio de hábitos en la alimentación y su próxima sesión, disparan las espectativas que antes de entrar en su consulta ni existían.
No sin antes adular mis oídos con palabras verdaderamente generosas y muy necesarias en mi situación hacia mi persona, abandono su consulta con la sensación de no querer irme bajo ningún concepto de aquel lugar.
El mero hecho de cruzar la puerta del portal del edificio, hizo que mi primer impulso fuera romper a llorar. No era un llanto de lamento, ni siquiera parecido al que suele brotar de mis ojos.
Era desahogo, respiración, nervios contenidos, motivación y el poder sentir mi “ser” (si se puede decir así), tomando bocanadas de aire desintoxicado, percibiendo alternativas que estaban ahí...latentes y en desuso.
El regreso a la casa nueva que no quiero habitar y la cama sobre la que temo recostar, simplemente me pidieron otra oportunidad y así se la he concedido.
Seguimos trabajando y la relación con Vicente se ha vuelto tan necesaria como el vivir.
P.D: Sin ánimo de convencer, pero si de agradecer y compartir esta nueva experiencia
Han sido los dos años más duros y largos vividos...
A los 39 años y supuestamente gozando de todo, padre de tres hijos de 5,4 y la menor con 6 meses escasos en mis brazos, mi vida da un giro inesperado siendo seducido por la comodidad de un confortable, pero muy oscuro y profundo agujero, viéndome obligado a salir forzosamente del guión preestablecido en ese preciso instante.
Acompañado a cada instante de cuadros de ansiedad, depresión, auto-lesiones y turbios pensamientos suicidas, me convierto de la noche a la mañana en una persona inmerecedora de llevar esa culpabilidad emocional a cuestas.
Todo unido a una salud un tanto desgastada por la falta de apego hacia mi persona, reaparece con intensidad y sin haberme dejado de hacerme tolerante al dolor lumbar, dos hernias discales situadas en las vertebras L4-L5 y L5-S1, que truncan por completo mi único vínculo con la actividad laboral y social.
El 24 de febrero de 2018 todo empieza a tener más “sentido” para mí, cuando me convierto en un hombre de 41 años condenado a una BAJA VITAL.
Mi día a día se empieza a acostumbrar a desayunar con drogas y fármacos, y una incesante tensión corporal y sensorial recorriendo todos mis sentidos.
En mi centro de salud mental, no cesan de ametrallar mi voluntad en busca de algo que mis emociones acepten algo como parche a mi sufrimiento.
Con mi psicóloga no podemos avanzar más allá de un “¿qué tal estás Víctor?”.
Y la medicina de aspirina y reposo desatiende durante 4 meses mis dolencias, conduciéndome “cortésmente” a una mesa de operación.
El bloqueo es tan absoluto que mi obligada nulidad, me hace tomar la decisión de tener que cerrar capítulos empezando por mi espalda.
Durante mi cautiverio en una casa nueva que no quiero habitar, una cama sobre la que temo recostar y con un deseo demasiado intenso de pagar con dolor todas mis acciones, intensifico el contacto con una gran amiga de la facultad de Bellas Artes, que se encuentra en una situación similar a la de mi columna y con el umbral de dolor bastante mediatizado por las esperas médicas y la imposibilidad de hacer vida normal.
Fue entonces ella la que me indicó con el cariño que la caracteriza, un camino que ella designó como: “Es otra onda”.
Ana apostó por esa senda alternativa e inexplorada por ambos, no siendo así por otras personas de su entorno.
Tras su primera toma de contacto, sus alusiones a lo inexplicable guiadas por Vicente Villa, recrean mis anhelos por conseguir el bienestar que detecto en mi amiga.
El escepticismo inseminado por los puzzles sociales, se ve alterado en mí por la situación tan desesperada que atravieso, apostando yo también por la aparentemente única y última opción por encontrarme mejor en todos mis aspectos.
Mi primer contacto con Vicente es correcto, cordial y dispuesto a escuchar mi problemática existencial, a la que invita a conocerle el pasado lunes 18 de junio, en su consulta de la calle Mayor de Madrid a las 20 horas de la tarde.
Fue un día especialmente caluroso y marcado por una inquietud especial, que reflejaba en mí una enorme esperanza cargada de una amarga posibilidad de fallar una vez más con todo.
Cuando accedí a su consulta recibido con agrado por Vicente, la primera impresión fue la de un lugar escondido y muy apartado del ruido de Madrid centro.
Mantuve una conversación lo suficientemente amplia como para poner en antecedentes de mi situación tanto emocional como física.
Sin dar opción a más información, ya parecía tener claro que hacer conmigo.
Me dispuso en la camilla boca arriba con los pies colgando por el borde de la misma.
A partir de ahí, el sin cesar de imanes, aparatos totalmente inusuales e inexplicables a primera vista, empiezan a recorrer mi cuerpo sin saber muy bien en qué consistía todo aquello, ni tampoco su efectividad.
La exploración minuciosa de mi vientre y puntos de dolor relacionados y redactados por el conocimiento de Vicente, mezclados con razonamientos de mi persona, empiezan a sosegar mi respiración, dejando un sin fin de sensaciones ya hace tiempo olvidadas en mí.
Sus halagos medicinales me provocaron energía instantánea, hasta el punto de elevar mi tono hasta una carcajada sin sentido que reprimí por pura prudencia.
Hay acción y reflexión...inevitable cambio de rol.
Expiración y liberación...conocimiento y don.
El cambio de hábitos en la alimentación y su próxima sesión, disparan las espectativas que antes de entrar en su consulta ni existían.
No sin antes adular mis oídos con palabras verdaderamente generosas y muy necesarias en mi situación hacia mi persona, abandono su consulta con la sensación de no querer irme bajo ningún concepto de aquel lugar.
El mero hecho de cruzar la puerta del portal del edificio, hizo que mi primer impulso fuera romper a llorar. No era un llanto de lamento, ni siquiera parecido al que suele brotar de mis ojos.
Era desahogo, respiración, nervios contenidos, motivación y el poder sentir mi “ser” (si se puede decir así), tomando bocanadas de aire desintoxicado, percibiendo alternativas que estaban ahí...latentes y en desuso.
El regreso a la casa nueva que no quiero habitar y la cama sobre la que temo recostar, simplemente me pidieron otra oportunidad y así se la he concedido.
Seguimos trabajando y la relación con Vicente se ha vuelto tan necesaria como el vivir.
P.D: Sin ánimo de convencer, pero si de agradecer y compartir esta nueva experiencia
Noelia.
Me llamo Noelia, tengo 39 años y mi encuentro con Vicente fue “casual”, que palabra tan grande para lo poco que abarca. Cada día tengo más claro que la casualidad no existe, y que ese encuentro tenía que ocurrir.
No podría contar lo que ha sido mi vida pasada, porque necesitaría escribir un libro y no un testimonio. Pero sí puedo decir que me sentía vacía, a pesar de tener todo lo que alguien necesita para ser feliz, yo no conseguía llegar a ese punto en el cual sentirme en paz con el mundo, y en realidad lo que me estaba pasando sin yo comprenderlo es que no estaba en paz conmigo misma.
Vivía angustiada, agobiada, y tenía unos hábitos poco saludables. Sobre todo los malos hábitos estaban enfocados a la alimentación y al poco cuidado conmigo misma y con mi aspecto más espiritual. Había intentado hacer meditación y otras terapias con el fin de encontrar algo de paz. Mi vida era un CAOS y me pasaba el día obsesionada con cumplir con todo el mundo, con no fallar a nadie, con ser la mejor en mi trabajo y con destacar entre todos, con sacar las mejores notas. Ahora me doy cuenta de que lo que en realidad me pasaba, era que necesitaba la aprobación de los demás, Vicente me hizo ver que lo que estaba intentando hacer era llamar la atención de los demás para sentirme querida. Al principio no quise aceptar que “con mi comportamiento estaba intentando que los demás me quisieran”porque me parecía una forma deprimente y catastrófica de vivir, pero después de varias sesiones me di cuenta de que aquellas palabras que chirriaron en mi cabeza cuando las escuché de boca de Vicente, no eran palabras que se lleva el viento y que había una gran parte de verdad. Es increíble como Vicente parecía conocerme más que yo misma.
Tenía problemas con mis hijos, sobre todo con mi hija, con la que no conseguía tener una buena relación, las dos sentíamos una falta de amor y estábamos bloqueadas. Tenía sentimiento de culpabilidad por haber dedicado gran parte de la infancia de mis hijos a sacarme una carrera, y en vez de estar orgullosa por haberlo conseguido, solo sabía darme latigazos y decirme a mi misma que posiblemente de no haber dedicado demasiado tiempo a estudiar, quizá mis hijos se habrían sentido mas atendidos. Hoy me doy cuenta de que no es así, me siento orgullosa de lo que he hecho y he aprendido que he dado el mejor ejemplo a mis hijos, han visto un ejemplo en casa de valentía. Les he enseñado que con esfuerzo, no hay sueños imposibles.
Me divorcié hace doce años y desde entonces viví sola con mis hijos, sin demasiado apoyo y además en vista del plan que le vida tenía para mi, decidí a los quince días de divorciarme matricularme en la universidad para cumplir mi sueño, ser dentista. Me levantaba todos los días a las 4 de la madrugada para estudiar y hacer trabajos y me acostaba a las doce de la noche, no descansaba ni los fines de semana. Vivía con una mochila colgada a la espalda, esa mochila estaba llena de máscaras, ahí estaba la máscara de madre, la de trabajadora, la de vecina siempre dispuesta a dar sal, la de hija voluntariosa que siempre hace cosas para ganar el amor de los padres y la familia, la de estudiante universitaria intentando integrarse en un ambiente de casi adolescentes, la de novia que se moría de sueño los fines de semana y que aún así intentaba aguantar el salir a cenar, la de sufridora que no podía compatibilizar mi vida de familia con el tener una pareja porque mi novio nunca aceptó mi condición de madre. La cosa no pintaba bien y fruto del estrés que acumulaba en mi cuerpo sufría demasiados episodios de ataques de pánico, demasiados olvidos, y también debido a un despiste mientras hacía unas prácticas ocurrió lo que tenía que ocurrir para que frenara mi ritmo de vida, me explotó
un mechero de alcohol y casi muero en el incendio. Esto ocurrió hace exactamente 5 años, tal día como hoy 12 de diciembre estuve a las puertas de la muerte. Pero la cosa no quedó ahí y los siguientes años fueron los más dramáticos si cabe. Perdí a una de las personas más importantes de mi vida y mi familia, mi vida se desmoronó y el mundo que me rodeaba parecía no pertenecerme.
Después de conocer a Vicente y ya en la primera sesión, me dio la impresión de que una luz parecía lucir al fondo del túnel (un túnel que yo misma había construido y del que no conseguía salir) ese día reconozco que cuando salí de la consulta me sentía diferente, todo el camino de vuelta a casa lo pasé intentando interpretar y comprender esa sensación y las palabras que Vicente sin conocerme de nada, había dejado grabadas en mi cabeza. Me habló de “dureza” y aquel comentario no me gustó, yo diría que incluso me sentí ofendida porque yo me tenía por una persona bondadosa y que siempre pensando en ayudar a los demás, nunca creí que alguien pudiera verme como una persona dura, la dureza no cuadraba conmigo para nada, o al menos yo en ese momento no la reconocí como mía. Aunque tan solo unos días después comprendí a que se refería y vi las cosas claras. Tras la segunda sesión ya veía esa luz en el túnel mucho más reluciente. No se trata de los tratamientos que él usa y que yo no sabía describir ni explicar. -¿Que te hace?, me preguntan mis amigas, y mi respuesta siempre es la misma, - no lo sé, pero en mi alma ha dejado de llover, y esa es mi respuesta. En las siguientes sesiones Vicente me habló de un personaje que yo misma había creado, fruto seguramente de la necesidad, de mis experiencias, de mi falta de amor por mi misma y de la inseguridad que seguramente me venía desde niña y que se agudizó con el paso del tiempo y sobre todo en los últimos años.
Poco a poco he ido comprendiendo a ese personaje que vivía dentro de mi, y poco a poco me he ido apoderando de él sin piedad. Vicente me lo presentó, he resuelto asuntos que tenía guardados del pasado, esos asuntos que gota a gota han ido llenando el vaso de mi dureza. Ahora vivo con calma, me dedico tiempo a mi misma y mi alimentación ha cambiado. Me siento tranquila, he superado la ruptura con mi novio de 12 años (sigo queriéndole, es uno de mis mejores amigos y aún hay días en los que pienso en él, pero he comprendido que esta relación no me aporta la felicidad que necesitamos ninguno de los dos, la realidad es que después de la ruptura de nuevo me sentí abandonada por la persona que creía jamás me abandonaría y en la que confiaba plenamente), ahora todos los días sale el sol para mi aunque en la calle esté lloviendo.
He comprendido lo que necesito y quiero tener en la vida. Vicente siempre me dice que la clave está en mi. ¿Y si la clave está en mi, como es que no di con ella en tantos años de búsqueda?. Sí, la clave está en mi, pero la llave de la puerta de mi alma la tenía Vicente, y entre sus tratamientos y sus palabras, palabras que en las que pienso cuando acaba la sesión y que reflexiono y comento con mi cuñada, he conseguido sentir esa paz que tanto necesitaba. He conseguido quitarme el remordimiento con mis hijos y sobre todo la sensación de abandono, he cogido buenos hábitos tan simples como puede ser parar de hacer lo que esté haciendo y mirar a mis hijos a la cara cuando me hablan, antes no lo hacía porque estaba tan acostumbrada a hacer varias cosas a la vez, que entendía que se podía hablar con alguien que reclama tu atención a la vez que hago la cena, guardo la compra y escribo un whatssap. He aprendido eso y mucho más, Vicente me ha abierto una puerta a mi interior, ya no veo por aquí dentro a ese personaje duro que no era yo pero que vivía en mi cuerpo.
____________________________________________________V___________________________________________________________________________
“Mi hija me besa cada vez que cruza la puerta, mientras hago la comida se sienta a mi lado y me cuenta que tal le ha ido el día. Jamás ha actuado así, esta casa era un hotel, un sitio donde todos comen y duermen pero donde no reinaba el amor ni la conversación, yo estaba demasiado ocupada para ocuparme de estas cosas, mi hijo (la persona con 12 años más reservada que existe sobre la tierra), ayer me contó que le gusta una chica de su clase, leo, escucho música e incluso cocino (antes me parecía una pérdida de tiempo y odiaba hacer esa tarea), y sigo teniendo los mismos problemas que antes, pero ahora los gestiono de otra manera porque realmente he aprendido que no son tan importantes, el gran problema de mi pasado y lo que realmente me hacía desgraciada, era la falta de amor, de comprensión y el exceso de dureza para conmigo misma y con los demás. Por fin he comprendido que las relaciones que se rompen, son relaciones en las que el amor no está por encima todo y que además yo, esas relaciones no las quiero para mi. Claro que le sigo queriendo pero de una manera más sana, le quiero mejor porque ahora me quiero más a mi.
Desde mi encuentro con Vicente he evolucionado como persona, ahora me conozco realmente, ya no necesito que me quieran porque tengo mi propio amor que es lo suficientemente grande como para llenar esos huecos de soledad que antes me perseguían, ya no tengo remordimiento para con nadie, simplemente actué como creí era la mejor manera, hoy disfruto de mi título y he cumplido mi sueño (hoy sí lo siento cumplido) disfruto con mi trabajo y no busco en las personas nada que no quieran darme, no demando amor. Quien quiere me lo da, y quien no quiere simplemente que no lo haga, pero a mi ya no me supone ningún trauma ni necesito mostrar mis habilidades para llamar la atención de nadie. He aprendido a dar a cada cosa la importancia que realmente tiene. Me he quitado la mochila de las máscaras y la he dejado en lo alto del armario para no volver a colgármela más”.
Simplemente, gracias.
No podría contar lo que ha sido mi vida pasada, porque necesitaría escribir un libro y no un testimonio. Pero sí puedo decir que me sentía vacía, a pesar de tener todo lo que alguien necesita para ser feliz, yo no conseguía llegar a ese punto en el cual sentirme en paz con el mundo, y en realidad lo que me estaba pasando sin yo comprenderlo es que no estaba en paz conmigo misma.
Vivía angustiada, agobiada, y tenía unos hábitos poco saludables. Sobre todo los malos hábitos estaban enfocados a la alimentación y al poco cuidado conmigo misma y con mi aspecto más espiritual. Había intentado hacer meditación y otras terapias con el fin de encontrar algo de paz. Mi vida era un CAOS y me pasaba el día obsesionada con cumplir con todo el mundo, con no fallar a nadie, con ser la mejor en mi trabajo y con destacar entre todos, con sacar las mejores notas. Ahora me doy cuenta de que lo que en realidad me pasaba, era que necesitaba la aprobación de los demás, Vicente me hizo ver que lo que estaba intentando hacer era llamar la atención de los demás para sentirme querida. Al principio no quise aceptar que “con mi comportamiento estaba intentando que los demás me quisieran”porque me parecía una forma deprimente y catastrófica de vivir, pero después de varias sesiones me di cuenta de que aquellas palabras que chirriaron en mi cabeza cuando las escuché de boca de Vicente, no eran palabras que se lleva el viento y que había una gran parte de verdad. Es increíble como Vicente parecía conocerme más que yo misma.
Tenía problemas con mis hijos, sobre todo con mi hija, con la que no conseguía tener una buena relación, las dos sentíamos una falta de amor y estábamos bloqueadas. Tenía sentimiento de culpabilidad por haber dedicado gran parte de la infancia de mis hijos a sacarme una carrera, y en vez de estar orgullosa por haberlo conseguido, solo sabía darme latigazos y decirme a mi misma que posiblemente de no haber dedicado demasiado tiempo a estudiar, quizá mis hijos se habrían sentido mas atendidos. Hoy me doy cuenta de que no es así, me siento orgullosa de lo que he hecho y he aprendido que he dado el mejor ejemplo a mis hijos, han visto un ejemplo en casa de valentía. Les he enseñado que con esfuerzo, no hay sueños imposibles.
Me divorcié hace doce años y desde entonces viví sola con mis hijos, sin demasiado apoyo y además en vista del plan que le vida tenía para mi, decidí a los quince días de divorciarme matricularme en la universidad para cumplir mi sueño, ser dentista. Me levantaba todos los días a las 4 de la madrugada para estudiar y hacer trabajos y me acostaba a las doce de la noche, no descansaba ni los fines de semana. Vivía con una mochila colgada a la espalda, esa mochila estaba llena de máscaras, ahí estaba la máscara de madre, la de trabajadora, la de vecina siempre dispuesta a dar sal, la de hija voluntariosa que siempre hace cosas para ganar el amor de los padres y la familia, la de estudiante universitaria intentando integrarse en un ambiente de casi adolescentes, la de novia que se moría de sueño los fines de semana y que aún así intentaba aguantar el salir a cenar, la de sufridora que no podía compatibilizar mi vida de familia con el tener una pareja porque mi novio nunca aceptó mi condición de madre. La cosa no pintaba bien y fruto del estrés que acumulaba en mi cuerpo sufría demasiados episodios de ataques de pánico, demasiados olvidos, y también debido a un despiste mientras hacía unas prácticas ocurrió lo que tenía que ocurrir para que frenara mi ritmo de vida, me explotó
un mechero de alcohol y casi muero en el incendio. Esto ocurrió hace exactamente 5 años, tal día como hoy 12 de diciembre estuve a las puertas de la muerte. Pero la cosa no quedó ahí y los siguientes años fueron los más dramáticos si cabe. Perdí a una de las personas más importantes de mi vida y mi familia, mi vida se desmoronó y el mundo que me rodeaba parecía no pertenecerme.
Después de conocer a Vicente y ya en la primera sesión, me dio la impresión de que una luz parecía lucir al fondo del túnel (un túnel que yo misma había construido y del que no conseguía salir) ese día reconozco que cuando salí de la consulta me sentía diferente, todo el camino de vuelta a casa lo pasé intentando interpretar y comprender esa sensación y las palabras que Vicente sin conocerme de nada, había dejado grabadas en mi cabeza. Me habló de “dureza” y aquel comentario no me gustó, yo diría que incluso me sentí ofendida porque yo me tenía por una persona bondadosa y que siempre pensando en ayudar a los demás, nunca creí que alguien pudiera verme como una persona dura, la dureza no cuadraba conmigo para nada, o al menos yo en ese momento no la reconocí como mía. Aunque tan solo unos días después comprendí a que se refería y vi las cosas claras. Tras la segunda sesión ya veía esa luz en el túnel mucho más reluciente. No se trata de los tratamientos que él usa y que yo no sabía describir ni explicar. -¿Que te hace?, me preguntan mis amigas, y mi respuesta siempre es la misma, - no lo sé, pero en mi alma ha dejado de llover, y esa es mi respuesta. En las siguientes sesiones Vicente me habló de un personaje que yo misma había creado, fruto seguramente de la necesidad, de mis experiencias, de mi falta de amor por mi misma y de la inseguridad que seguramente me venía desde niña y que se agudizó con el paso del tiempo y sobre todo en los últimos años.
Poco a poco he ido comprendiendo a ese personaje que vivía dentro de mi, y poco a poco me he ido apoderando de él sin piedad. Vicente me lo presentó, he resuelto asuntos que tenía guardados del pasado, esos asuntos que gota a gota han ido llenando el vaso de mi dureza. Ahora vivo con calma, me dedico tiempo a mi misma y mi alimentación ha cambiado. Me siento tranquila, he superado la ruptura con mi novio de 12 años (sigo queriéndole, es uno de mis mejores amigos y aún hay días en los que pienso en él, pero he comprendido que esta relación no me aporta la felicidad que necesitamos ninguno de los dos, la realidad es que después de la ruptura de nuevo me sentí abandonada por la persona que creía jamás me abandonaría y en la que confiaba plenamente), ahora todos los días sale el sol para mi aunque en la calle esté lloviendo.
He comprendido lo que necesito y quiero tener en la vida. Vicente siempre me dice que la clave está en mi. ¿Y si la clave está en mi, como es que no di con ella en tantos años de búsqueda?. Sí, la clave está en mi, pero la llave de la puerta de mi alma la tenía Vicente, y entre sus tratamientos y sus palabras, palabras que en las que pienso cuando acaba la sesión y que reflexiono y comento con mi cuñada, he conseguido sentir esa paz que tanto necesitaba. He conseguido quitarme el remordimiento con mis hijos y sobre todo la sensación de abandono, he cogido buenos hábitos tan simples como puede ser parar de hacer lo que esté haciendo y mirar a mis hijos a la cara cuando me hablan, antes no lo hacía porque estaba tan acostumbrada a hacer varias cosas a la vez, que entendía que se podía hablar con alguien que reclama tu atención a la vez que hago la cena, guardo la compra y escribo un whatssap. He aprendido eso y mucho más, Vicente me ha abierto una puerta a mi interior, ya no veo por aquí dentro a ese personaje duro que no era yo pero que vivía en mi cuerpo.
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“Mi hija me besa cada vez que cruza la puerta, mientras hago la comida se sienta a mi lado y me cuenta que tal le ha ido el día. Jamás ha actuado así, esta casa era un hotel, un sitio donde todos comen y duermen pero donde no reinaba el amor ni la conversación, yo estaba demasiado ocupada para ocuparme de estas cosas, mi hijo (la persona con 12 años más reservada que existe sobre la tierra), ayer me contó que le gusta una chica de su clase, leo, escucho música e incluso cocino (antes me parecía una pérdida de tiempo y odiaba hacer esa tarea), y sigo teniendo los mismos problemas que antes, pero ahora los gestiono de otra manera porque realmente he aprendido que no son tan importantes, el gran problema de mi pasado y lo que realmente me hacía desgraciada, era la falta de amor, de comprensión y el exceso de dureza para conmigo misma y con los demás. Por fin he comprendido que las relaciones que se rompen, son relaciones en las que el amor no está por encima todo y que además yo, esas relaciones no las quiero para mi. Claro que le sigo queriendo pero de una manera más sana, le quiero mejor porque ahora me quiero más a mi.
Desde mi encuentro con Vicente he evolucionado como persona, ahora me conozco realmente, ya no necesito que me quieran porque tengo mi propio amor que es lo suficientemente grande como para llenar esos huecos de soledad que antes me perseguían, ya no tengo remordimiento para con nadie, simplemente actué como creí era la mejor manera, hoy disfruto de mi título y he cumplido mi sueño (hoy sí lo siento cumplido) disfruto con mi trabajo y no busco en las personas nada que no quieran darme, no demando amor. Quien quiere me lo da, y quien no quiere simplemente que no lo haga, pero a mi ya no me supone ningún trauma ni necesito mostrar mis habilidades para llamar la atención de nadie. He aprendido a dar a cada cosa la importancia que realmente tiene. Me he quitado la mochila de las máscaras y la he dejado en lo alto del armario para no volver a colgármela más”.
Simplemente, gracias.
Ana |
Mi nombre es Ana, hace más de tres años que sufría un dolor terrible en la espalda, en los últimos meses los médicos diagnosticaron como hernia cervical, teniendo afectadas tres vértebras. La única opción para ellos era la intervención quirúrgica.
Tuve tres episodios muy difíciles de superar, pero el último de ellos, a principios de marzo fue el peor. El dolor duraba ya tres meses de día y de noche y en cualquier posición, con lo que a penas dormía y me afectaba a todos los niveles (familia, trabajo, vida social…). En todo el lado izquierdo de mi espalda, cuello, hombro y brazo sentía y dolor extremo, muy intenso. Mi brazo y mano izquierdos casi no se movían y tenía dolor y hormigueo constante.
Con una vida activa, el trabajo y una niña pequeña era muy complicado encajar toda esta situación y la tristeza y la impotencia se empezaban a apoderar de mí.
Todo cambió cuando un amigo me habló de Vicente y decidí probar su terapia.
Después de una primera sesión, me parecía increíble, pero ya me encontraba mejor. Experimenté cosas nuevas para mí con las que sentía un bienestar casi inmediato. Los días posteriores seguí mejorando. En la segunda sesión sentí una mejoría brutal. Rejuvenecí, me llené de energía positiva y recuperé mi vida con más fuerza que nunca.
Hoy, después de 6 meses sigo bien, sin dolor, más feliz y eternamente agradecida a Vicente por su ayuda y todo lo aprendido.
Tuve tres episodios muy difíciles de superar, pero el último de ellos, a principios de marzo fue el peor. El dolor duraba ya tres meses de día y de noche y en cualquier posición, con lo que a penas dormía y me afectaba a todos los niveles (familia, trabajo, vida social…). En todo el lado izquierdo de mi espalda, cuello, hombro y brazo sentía y dolor extremo, muy intenso. Mi brazo y mano izquierdos casi no se movían y tenía dolor y hormigueo constante.
Con una vida activa, el trabajo y una niña pequeña era muy complicado encajar toda esta situación y la tristeza y la impotencia se empezaban a apoderar de mí.
Todo cambió cuando un amigo me habló de Vicente y decidí probar su terapia.
Después de una primera sesión, me parecía increíble, pero ya me encontraba mejor. Experimenté cosas nuevas para mí con las que sentía un bienestar casi inmediato. Los días posteriores seguí mejorando. En la segunda sesión sentí una mejoría brutal. Rejuvenecí, me llené de energía positiva y recuperé mi vida con más fuerza que nunca.
Hoy, después de 6 meses sigo bien, sin dolor, más feliz y eternamente agradecida a Vicente por su ayuda y todo lo aprendido.